Contar cuentos.
Tuve durante estas vacaciones la ocasión de actuar como cuentacuentos. No era la primera vez que lo hacía. Hasta hace 6 años practicaba esta afición con asiduidad.
En un principio contaba cuentos para niños de 8 a 11 años, pero con el tiempo tuve que hacerlo para gente más adulta. Entonces descubrí que las historias que gustaban a los niños también gustaban a los mayores. Al contrario es más difícil, pero con 20, 21, 25 ó 30 años la historia de la Cerillera de Andersen o cualquier otro cuento infantil, emociona lo mismo que si eres niño. Ni siquiera hay que utilizar otro lenguaje.
Mi primer contacto con los cuentos fue en una sesión en la que dos maravillosos contadores se presentaron diciendo que pretendían entrar en nuestro corazón y que el camino más directo pasaba por las orejas. A partir de ahí me tuvieron enganchado más de una hora en la que no pude prestar atención a nada más que no fueran sus gestos, sus gritos, sus narraciones, sus interpretaciones. Cuando salí lo tenía claro: tenía que hacer cursos y lanzarme a contar cuentos por ahí. Luego la vida me alejó de eso, pero creo que siempre que tenga la ocasión disfrutaré con ello.
Ahora es raro que a un niño le cuenten cuentos. Como mucho se les leen. Y no es lo mismo. El estímulo que supone para la imaginación el identificarse con el Rey Sabio, con el Ingenioso Labrador, o el Humilde Pescador que aparece en el cuento contado por alguien que agita los brazos, que salta, que interpreta, que cambia el tono de su voz, no puede sustituirse con un cuento leído con la esperanza de dormir al niño remolón que se resiste a entrar en el paraíso de Morfeo. Interiorizar un cuento requiere mantenerse despierto, atento, pensar los detalles, imaginarse que se es el protagonista, verse vestido con el traje de guerrero, de leñador, de bufón,...
Resulta muy gratificante ver a los niños con la boca abierta mirándote ansiosos por conocer más. En esta ocasión tuve la experiencia de contar con público infantil y adulto mezclado y las caras de unos y otros eran iguales. Lástima que estos 6 años sin contar cuentos dejaran en mi memoria únicamente los detalles suficientes para contar un par de historias.
Tenemos en España una riquísima tradición de cuentos. Casi todos con estructuras parecidas en las que aparecen reyes sabios, leñadores ingeniosos, bufones con sentimientos profundos, caballeros generosos, pescadores humildes, princesas bondadosas, etc. No son los cuentos de tradición española muy dados a las hadas que conceden deseos, aunque las hay, ni tampoco se recrean en magias ni en pócimas de brujas. Se nutren más de los valores humanos que de los divinos. Dan lecciones de honradez, humildad, tesón, paciencia, ingenio,...
Los cuentos contados deberían ser como los abrazos, hay que darlos porque todo el mundo necesita recibirlos.
En un principio contaba cuentos para niños de 8 a 11 años, pero con el tiempo tuve que hacerlo para gente más adulta. Entonces descubrí que las historias que gustaban a los niños también gustaban a los mayores. Al contrario es más difícil, pero con 20, 21, 25 ó 30 años la historia de la Cerillera de Andersen o cualquier otro cuento infantil, emociona lo mismo que si eres niño. Ni siquiera hay que utilizar otro lenguaje.
Mi primer contacto con los cuentos fue en una sesión en la que dos maravillosos contadores se presentaron diciendo que pretendían entrar en nuestro corazón y que el camino más directo pasaba por las orejas. A partir de ahí me tuvieron enganchado más de una hora en la que no pude prestar atención a nada más que no fueran sus gestos, sus gritos, sus narraciones, sus interpretaciones. Cuando salí lo tenía claro: tenía que hacer cursos y lanzarme a contar cuentos por ahí. Luego la vida me alejó de eso, pero creo que siempre que tenga la ocasión disfrutaré con ello.
Ahora es raro que a un niño le cuenten cuentos. Como mucho se les leen. Y no es lo mismo. El estímulo que supone para la imaginación el identificarse con el Rey Sabio, con el Ingenioso Labrador, o el Humilde Pescador que aparece en el cuento contado por alguien que agita los brazos, que salta, que interpreta, que cambia el tono de su voz, no puede sustituirse con un cuento leído con la esperanza de dormir al niño remolón que se resiste a entrar en el paraíso de Morfeo. Interiorizar un cuento requiere mantenerse despierto, atento, pensar los detalles, imaginarse que se es el protagonista, verse vestido con el traje de guerrero, de leñador, de bufón,...
Resulta muy gratificante ver a los niños con la boca abierta mirándote ansiosos por conocer más. En esta ocasión tuve la experiencia de contar con público infantil y adulto mezclado y las caras de unos y otros eran iguales. Lástima que estos 6 años sin contar cuentos dejaran en mi memoria únicamente los detalles suficientes para contar un par de historias.
Tenemos en España una riquísima tradición de cuentos. Casi todos con estructuras parecidas en las que aparecen reyes sabios, leñadores ingeniosos, bufones con sentimientos profundos, caballeros generosos, pescadores humildes, princesas bondadosas, etc. No son los cuentos de tradición española muy dados a las hadas que conceden deseos, aunque las hay, ni tampoco se recrean en magias ni en pócimas de brujas. Se nutren más de los valores humanos que de los divinos. Dan lecciones de honradez, humildad, tesón, paciencia, ingenio,...
Los cuentos contados deberían ser como los abrazos, hay que darlos porque todo el mundo necesita recibirlos.
2 comentarios
satori -
Tana -
Nunca utilicé los cuentos para dormirles. Nunca se durmieron durante mis lecturas porque no era esa mi intención.
Y no, no daba saltos o gesticulaba -no me hubiera sentido cómoda así :)- pero sí que cambiaba las voces y leía con sentimiento. Y eso se nota.
Creo que nació un vínculo especial entre nosotros gracias a aquello. A veces todavía les leo. Ahora opto por comenzar un libro que me parezca bueno y luego pasarles el ejemplar para que terminen ellos la lectura ;-) ¡Para que luego digan que los libros no enganchan!
:) Un bico