Sobre tertulias, tertulianos y secuoyas
Estuve presente el otro día en una tertulia en la que todo el mundo parecía muy interesado. Era una reunión de gente joven que, para matar el tiempo, empezó a hablar de cualquier tema que surgiera. Como digo, no sólo parecía que a la gente le fuera la vida en ello, sino que además todo el mundo parecía ser una eminencia en cualquier tema. Vamos, filosofía de bar pura y dura.
Lo mismo se nombraba a Ratzinger, que a Zapatero, o a Le Pen como si los tertulianos conocieran la biografía completa y detallada de estos personajes, dando una importancia a sus opiniones como si de verdades absolutas se tratara. Se juzgaban actuaciones, se conocían intereses,...
En el momento más soporífero de esta tertulia, que dejó de interesarme a los cinco minutos de comenzar, un amigo que estaba igual de aburrido que yo, me miró con una expresión que parecía decir: "Cuánta necedad". Pero de pronto se iluminó su cara como si se le hubiera ocurrido el remedio a nuestro aburrimiento. Empezó a intervenir, dándose tono y diciendo profundas frases del estilo de: "Esto es como todo", "Lo de la iglesia (política, fútbol, o lo que tocara) es lo que tiene", "Todo tiene sus pros y sus contras",... Tras cada frase me miraba para asegurarse de que comprendía la broma. Se sonreía discretamente y volvía a simular estar muy entregado a la conversación. Lo sorprendente fue que nadie pensó que mi amigo estuviera ausente de la conversación, como de hecho estaba. Tras una frase de "alto nivel" de alguno de los tertulianos, la respuesta de mi amigo les dejaba reconfortados en su propia necedad.
El punto culminante de la conversación llegó cuando se hablaba de cine. Se empezó a hablar de lo malo que es el cine español, de lo bueno que está Brad Pitt, de que Penélope Cruz tiene el culo gordo y todas esas verdades absolutas (léase con ironía) que nadie se atreverá a poner en duda. Entonces, mi amigo puso cara de preocupación y dijo "Sí, pues dicen que Torrente va a tener una tercera secuoya". No sé si la gente habría bebido mucho, o si en sus adentros se rieron creyendo profundamente en su superioridad intelectual. No hubo ni una risa, ni una corrección, ni nada de nada, la tertulia siguió del modo más natural.
Ni que decir tiene que mi amigo y yo nos tuvimos que salir de la reunión muertos de risa y creyendo que ya habíamos oído todo lo que teníamos que oir. Él se fumó un pitillo mientras se le pasaba el ataque y yo me limité a felicitarle.
Algunos dirán que esto es reirse de la incultura de la gente. No me gustaría que se pensase así. Lo que me da a veces risa y a veces tristeza, es ver el modo de discutir que tenemos sin escuchar, sin darle más importancia al criterio de un verdadero entendido que a cualquiera que se le ocurra opinar.
Entiéndanme, opinar se puede opinar sobre cualquier cosa, yo lo hago siempre que puedo porque soy muy bocazas, pero deberíamos darle a cada opinión el valor que se merece. Si Karlos Arguiñano habla de cocina habrá que pensar que estamos ante alguien que se gana la vida con ello, pero no sé si le daría mucha importancia a su opinión sobre la novela de posguerra en España. En fin, que opinar en una tertulia es sano, dignifica y ayuda a comprender distintos puntos de vista, pero opinar con presunción e ignorancia merece desprecio.
Lo mismo se nombraba a Ratzinger, que a Zapatero, o a Le Pen como si los tertulianos conocieran la biografía completa y detallada de estos personajes, dando una importancia a sus opiniones como si de verdades absolutas se tratara. Se juzgaban actuaciones, se conocían intereses,...
En el momento más soporífero de esta tertulia, que dejó de interesarme a los cinco minutos de comenzar, un amigo que estaba igual de aburrido que yo, me miró con una expresión que parecía decir: "Cuánta necedad". Pero de pronto se iluminó su cara como si se le hubiera ocurrido el remedio a nuestro aburrimiento. Empezó a intervenir, dándose tono y diciendo profundas frases del estilo de: "Esto es como todo", "Lo de la iglesia (política, fútbol, o lo que tocara) es lo que tiene", "Todo tiene sus pros y sus contras",... Tras cada frase me miraba para asegurarse de que comprendía la broma. Se sonreía discretamente y volvía a simular estar muy entregado a la conversación. Lo sorprendente fue que nadie pensó que mi amigo estuviera ausente de la conversación, como de hecho estaba. Tras una frase de "alto nivel" de alguno de los tertulianos, la respuesta de mi amigo les dejaba reconfortados en su propia necedad.
El punto culminante de la conversación llegó cuando se hablaba de cine. Se empezó a hablar de lo malo que es el cine español, de lo bueno que está Brad Pitt, de que Penélope Cruz tiene el culo gordo y todas esas verdades absolutas (léase con ironía) que nadie se atreverá a poner en duda. Entonces, mi amigo puso cara de preocupación y dijo "Sí, pues dicen que Torrente va a tener una tercera secuoya". No sé si la gente habría bebido mucho, o si en sus adentros se rieron creyendo profundamente en su superioridad intelectual. No hubo ni una risa, ni una corrección, ni nada de nada, la tertulia siguió del modo más natural.
Ni que decir tiene que mi amigo y yo nos tuvimos que salir de la reunión muertos de risa y creyendo que ya habíamos oído todo lo que teníamos que oir. Él se fumó un pitillo mientras se le pasaba el ataque y yo me limité a felicitarle.
Algunos dirán que esto es reirse de la incultura de la gente. No me gustaría que se pensase así. Lo que me da a veces risa y a veces tristeza, es ver el modo de discutir que tenemos sin escuchar, sin darle más importancia al criterio de un verdadero entendido que a cualquiera que se le ocurra opinar.
Entiéndanme, opinar se puede opinar sobre cualquier cosa, yo lo hago siempre que puedo porque soy muy bocazas, pero deberíamos darle a cada opinión el valor que se merece. Si Karlos Arguiñano habla de cocina habrá que pensar que estamos ante alguien que se gana la vida con ello, pero no sé si le daría mucha importancia a su opinión sobre la novela de posguerra en España. En fin, que opinar en una tertulia es sano, dignifica y ayuda a comprender distintos puntos de vista, pero opinar con presunción e ignorancia merece desprecio.
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