Filosofía de café, periódico y algo más...
Martes, bar de barrio, 6.45 AM. Tres filósofas de bar, compañeras de trabajo, cajeras de supermercado para más datos, desayunan antes de fichar. Tienen la costumbre de desayunar juntas desde hace tres años.
Café con leche, cortado y café con leche corto de leche y que esté fría; no sé si piden el café de acuerdo a sus preferencias o simplemente por no perder la castiza costumbre de que, en una sola vez, no se pidan dos cafés iguales. Normalmente toman tres o cuatro churros cada una, pero ahora han reducido el consumo de bollería por aquello de que presienten el verano, y ya se sabe.
Casi no hablan. Una hojea el periódico y de vez en cuando, con la boca llena señala un titular. Las demás asienten y sonríen si viene al caso.
Pero hoy algo altera el curso normal del desayuno: entra un chico nuevo. Bien vestido, alto, joven, elegante en sus movimientos, con toda la pinta de dirigirse a su primer día de trabajo. Las tres filósofas le miran entrar, sentarse, levantar la mano discretamente para llamar a la camarera, pedirse un cortado con cruasán. Giran simultáneamente sus cabezas para mirarse, no dicen nada, las tres comprenden que sus compañeras piensan lo mismo. Vuelven a girarse para mirar al nuevo. Estos giros de cabeza son simultáneos, silenciosos, contundentes, nada disimulados.
Se acerca la hora de fichar. Una, la que leía el periódico, dice "a ver qué tal se da hoy el día". Las demás asienten y sonríen. No lo dicen, pero lo piensan, "a ver si el nuevo tiene su descanso a la misma hora que nosotras".
Se levantan y paga la filósofa a la que, por riguroso turno, le toca.
-Cóbrate, anda.
-Tres con cinco. -le dice la camarera.
-Está mejorando mucho este bar.
-Comprendo lo que me dices. Incluso estoy pensando en subir los precios.
Café con leche, cortado y café con leche corto de leche y que esté fría; no sé si piden el café de acuerdo a sus preferencias o simplemente por no perder la castiza costumbre de que, en una sola vez, no se pidan dos cafés iguales. Normalmente toman tres o cuatro churros cada una, pero ahora han reducido el consumo de bollería por aquello de que presienten el verano, y ya se sabe.
Casi no hablan. Una hojea el periódico y de vez en cuando, con la boca llena señala un titular. Las demás asienten y sonríen si viene al caso.
Pero hoy algo altera el curso normal del desayuno: entra un chico nuevo. Bien vestido, alto, joven, elegante en sus movimientos, con toda la pinta de dirigirse a su primer día de trabajo. Las tres filósofas le miran entrar, sentarse, levantar la mano discretamente para llamar a la camarera, pedirse un cortado con cruasán. Giran simultáneamente sus cabezas para mirarse, no dicen nada, las tres comprenden que sus compañeras piensan lo mismo. Vuelven a girarse para mirar al nuevo. Estos giros de cabeza son simultáneos, silenciosos, contundentes, nada disimulados.
Se acerca la hora de fichar. Una, la que leía el periódico, dice "a ver qué tal se da hoy el día". Las demás asienten y sonríen. No lo dicen, pero lo piensan, "a ver si el nuevo tiene su descanso a la misma hora que nosotras".
Se levantan y paga la filósofa a la que, por riguroso turno, le toca.
-Cóbrate, anda.
-Tres con cinco. -le dice la camarera.
-Está mejorando mucho este bar.
-Comprendo lo que me dices. Incluso estoy pensando en subir los precios.
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Cide -
Irenia -