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Cide Hamete

Serlock Holmes, la necesidad de realidad en el arte de contar historias

Me encuentro esta semana en la última página de El Semanal una entrevista al autor griego Pétros Márkaris. Me sorprende diciendo que a él no le gusta Serlock Holmes. Esto ocurre en los mismos días en que estoy leyendo "El sabueso de los Baskerville".

Serlock Holmes no es un personaje real, aunque en muchas biografías se afirma que es un calco de su autor. Y es que, Conan Doyle debía ser tan maniático como su detective. Digo que no es real, pero es fascinante. ¿Tiene un personaje que ser real para fascinar?

A menudo oímos que tal película, libro, serie, etc. refleja fielmente "la realidad de los suburbios de tal ciudad", o "la realidad de las maltratadas" o peor aún "la realidad de la juventud española". Sinceramente creo que la realidad no aporta necesariamente calidad a una obra de arte. De hecho, opino que muchos utilizan la excusa de "reflejar la realidad" para acabar contando historias pedestres y carentes de emoción. Cierto es que hay autores que convierten cualquier historia vulgar en una delicia. Recomiendo en ese sentido "La confesiones de un pequeño filósofo", libro de Azorín que cuenta los años de escuela de un niño con un lenguaje maravilloso. No obstante, esto es lo raro, y quizá por raro sea bello. Holmes es un personaje que no refleja la realidad, pero sirve para ensalzar la inteligencia, la imaginación y la perseverancia. Un personaje peculiar y maravilloso, sin el que no se sostrendría una serie de libros tan extensa como la que cuenta sus aventuras. No son reales ni pretenden serlo las aventuras de Don Quijote, o del Principito, pero esa es una de las razones que hace interesante su historia.

Eso sí, una historia bien contada e interesante ha de ser verosímil aun cuando no sea real ni refleje ninguna realidad, pero eso es materia para otro artículo distinto a éste.

En resumen, un libro, película o cualquier otra obra debería hacernos vivir cosas distintas, situaciones que aumenten nuestra capacidad de soñar o imaginar. Si no lo hacen, el único recurso que les queda a esas obras es ser bellas. Si no poseen la capacidad de maravillar, de sorprender y además no son bellas, es mejor salirse del cine, cerrar el libro, o apagar la televisión y aprovechar de mejor manera ese tiempo.

1 comentario

Costillo -

Es el caso que tu recomendación de Azorín me place; también la de Holmes. Recibe un saludo afectuoso.