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Cide Hamete

Decidiendo

Me encuentro con unos extraños síntomas febriles. La saliva tiene un sabor extraño, me duelen las articulaciones y me siento débil. No estoy resfriado, ni acatarrado, ni nada por el estilo, pero esas décimas de fiebre anuncian que mi fin de semana se arruina.

El lunes me voy de viaje de trabajo para una semana, mañana domingo se me irá el día en preparar equipaje, planchar, engañar a alguien para que cuide de mi periquito,...

La tarde de hoy la he pasado durmiendo, intentando descubrir la causa de esta extraña fiebre. Los ratos que no dormía los he dedicado a tratar de decidir qué libro me llevo para el viaje. En las salas de espera de los aeropuertos, en los ratos muertos de hotel, durante el vuelo, en la sala del AVE, y casi en cualquier sitio, la compañía de un libro que lea a gusto me alivia esa sensación de soledad y aburrimiento que es capaz de poner en peligro la cordura.

Creo que al final será el tomo de Cuentos Completos de Carmen Martín Gaite, que tengo a medio leer. Me permite leer un cuento y dejarlo aparcado nuevamente. Aunque eso también me lo permite El Dardo en la Palabra, del que aún no me he leído ni la mitad de los artículos. En la vida de Ignacio Morel es otro de los candidatos. Me apetece volver a leer algo de Sender del que me encantaron Réquiem por un campesino español y Carolus Rex.

Suelo guardar un buen recuerdo de los libros que he leído en los viajes que he hecho solo. Rayuela, Un tomo de cuentos de Bryce Echenique,... Algo tiene leer en los viajes que te centra la atención en los libros. Todo lleva su ritmo, el avión despega cuando debe hacerlo, bajar a desayunar antes de tiempo no sirve para nada, etc. Así que no tienes por qué darte prisa por nada.Una vez que llegas a tiempo a la estación o al aeropuerto, el tiempo que quede hasta que den el aviso para el tren o el avión no tiene otra utilidad que leer o pararse a observar las absurdas prisas del resto de pasajeros. ¡Qué fortuna tener afición a la lectura!

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