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Cide Hamete

De vuelta de Francia.

Ya he vuelto de mi viaje. Esta vez ha sido más entretenido que el anterior. Por las mañanas ha habido trabajo y más trabajo. Toma de medidas, reuniones insufribles,... pero también ha habido tiempo para conocer nuevos lugares.

El lunes aterricé temprano en París. El que iba a ser mi acompañante en Francia me fue a buscar y me llevó directamente al lugar de nuestra primera visita de trabajo. Estuvimos toda la mañana. Después comimos y conseguimos cierta complicidad tras la amena conversación de la comida. Esta complicidad es difícil de conseguir en estos viajes ya que vas de lado a lado, hablando mucho de trabajo, y dialogando en inglés que no es mi idioma natural, ni era en este caso el de mi acompañante.

Me llevó con el coche a ver París. No es que hiciera una verdadera visita. Fueron apenas dos horas. Lo justo para pasar por delante de los sitios turísticos por excelencia y echar unas pocas fotos. Me acordé de esos turistas que a toda prisa fotografían desde un autobús turístico la Aljafería en Zaragoza o la Sagrada Familia en Barcelona. Aun con todo, estas dos horas fueron suficientes para que yo comprendiera que el misterio de París está en su cielo. No sé explicarlo con palabras, pero el cielo de París tiene algo que ilumina de forma extraña las caras de los enamorados. Esa extraña luz resalta la candidez y la dulzura en la cara de las parejas que pasean olvidándose del resto del mundo. Me llevé la sensación de que debe de ser maravilloso cruzar el Pont des Arts cogido de la mano de tu novia, u observar el rostro de tu enamorada en una cafetería de Saint Germain des Prés. Creo que sólo me decidiré a visitar París por turismo cuando pueda ir con alguien de quien esté enamorado. París será algo así como un himen que no romperé de cualquier manera.

Tras la rápida visita cogimos un TGV a Avignon. En el tren mi compañero tuvo que salir fuera del compartimento casi todo el viaje a saciar sus ansias de nicotina y a despachar asuntos de trabajo por el teléfono móvil. Primeramente encendimos su ordenador portátil para discutir asuntos técnicos. Él hablaba de los cambios que había que hacer en el producto, de las fechas de entrega, de cómo iba a ser el transporte. Yo por mi parte estaba deseando acabar la reunión para observar a la gente que había en el tren, para mirar el paisaje por la ventanilla y para leer. Además llevaba un día muy duro y se me estaba haciendo cuesta arriba seguir hablando en inglés.

My partner stood up. At last! Y, mientras él resolvía esa inquietud que supone para un fumador empedernido estar en un sitio donde fumar está restringidísimo, yo empecé a escribir mentalmente acerca de la magia que París había sido capaz de introducir en mi espíritu en tan solo dos horas. Me quedé absorto en mi evocación y me relajé hasta casi dormirme. Cuando mi cabeza me volvió a pedir algo más de actividad, cogí el libro que llevaba para el viaje: Rayuela. En el orden que yo mismo me había marcado tocaba el capítulo 7. Creo que pocas veces en la vida se puede uno encontrar en una situación como ésa. Un tren a Avignon, en silencio, con la luz de París en la memoria más reciente, descubriendo un nuevo paisaje y leyendo el capítulo 7 de Rayuela. Irrepetible.

Avignon me pareció una ciudad interesante. Quizá demasiado turística. Me pareció que el carácter de la gente era bastante mediterráneo. No eran tan secos y tajantes como en las zonas de la Bretaña y Normandía que conocí en mi anterior viaje. Cenamos en una placeta donde nos atendió la camarera más bella que yo haya visto jamás. Después anduvimos por el pueblo durante un par de horas. Mi compañero tampoco conocía Avignon. Pero tuvimos que irnos rápidamente al hotel ya que al día siguiente debíamos madrugar y hacer una nueva visita con su correspondiente reunión.

El resto del viaje no tuvo mucho interés. En el aeropuerto de Marsella estuve un total de 6 horas. Supongo que todo el mundo ha oído hablar de cómo funciona Iberia, de los retrasos que se producen cuando el destino es Madrid, etc. Pero ni siquiera eso pudo arruinar haber respirado el mismo aire que los enamorados que eran iluminados por el cielo de París.

5 comentarios

El maquinista -

Alegra sentir que se siente lo mismo. Yo también llegué en tren a Avignon; también he conocido a la camarera más linda del mundo (es porteña), de hecho no pude resistirlo y le escribí una carta; y tampoco he estado enamorado cuando pisé París. Pero, al menos ahora, ¡ya sé cómo visitarlo la próxima vez...!

les acrobates -

He estado en París dos veces (en el 1995 y en el 2004) y la verdad es que me muero de ganas por volver. Cuando regreses no olvides visitar "La Closerie des Lilas" (aunque ya no es lo que era) y, sobre todo, siente la magia de la historia de esa ciudad. Puedes sentirte sumergido en la chispa de la luz medieval dentro de Nôtre Dame (pese a los quioscos de postales y souvenirs que han metido DENTRO de la Catedral, odiosos…) o la Saint Chapelle e incluso en lo que queda de Cluny... Puedes sentir la majestad de edificios como el Louvre (si entras, aléjate de las masas que envuelven la Monalisa o la Venus de Milo, no es para tanto... y tómate tu tiempo…) o el Palacio de Versalles y la ilusión contenida en Pompidou o el Musée d'Orsay… Montmartre lo mejor.

Lo del cielo de París es indescriptible, sentí algo parecido la última vez que fui… el cielo es diferente, ¡tan diferente al de Barcelona! Y lo del capítulo 7 de Rayuela en ese tren… ¡no tiene precio! No puedo llegar a imaginar lo que se puede sentir… Espero que disfrutes mucho de ese libro, me tiene enamorada.

Baisers, bonne nuit!

Miss Buñuel -

En menos de un mes...me voy a París... leerte me ha animado mucho.
un saludo,
Miss Buñuel

Nevers -

Esa decisión que has tomado sobre París me recuerda la que hace ya 18 años tomó otra persona que ambos conocemos; él te aconsejaría lo mismo, y yo también.

Athe -

Has vuelto¡¡

Creo que ya lo había dicho, pero Paris te enamora siempre, por mucho que te resistas. Besitos de bienvenida.